Sweet land
Aparece una maruja, senadora por California, con un cardado años 50 y un cartapacio a punto de caérsele de las manos. Su público no es un grupo de amas de casa, sino el mundo. Todo es serenidad y lógica. Y orgullo. Va a cantar Aretha Franklin. Emerge vistiendo un abrigo gris perla y en su cabeza de negra maravillosa un primoroso lazo gris y enorme, tachonado de piedrecitas brillantes -una estrella por cada estado de la Unión, ha dicho, muy propia también, una compañera de trabajo-. La señora cuya cabeza corona un hermoso lazo gris perla coloca su mano derecha sobre el corazón. Y comienza a cantarle al mundo: my country ´tis of Thee, sweet land of liberty... No puedo escucharlo sin estremecerme, porque es, para todos, nuestra tierra de promisión: ejemplar en muchos sentidos, guardando lo mejor de Occidente, la savia de un valor que en Europa ya hemos perdido, y ávida de futuro, manos a la obra, aún joven e ingenua, orgullosa.