viernes, 18 de junio de 2010

Una vida

Hace unos días, entre copas, bandejas de aperitivos, vino, conversaciones banales, saludos y la calidez de la noche africana, unas palabras. Con una cerveza en la mano, hablando con dos amigos, uno de ellos habló de su muerte:


-No tengo ya ilusiones, ninguna. Viajar... ya no. Lo que no he hecho... bueno. Esperar con dignidad, el tiempo que me quede. Eso es todo.


Y después, su brillante nieta, sus viajes por la Toscana, la casa que estaba tras la Plaza de San Marcos, la esposa muerta, la tarea de mañana, ideas y planes para el próximo año. Los ojos velados, mirando la noche, mirando el futuro y la nada. El cristalino acuoso. Los abrazos afectuosos del presente.


Ya han pasado varias noches desde esa noche, pero la levedad de aquella conversación, ingrávida, suavísima, está en mi alma, alimentándola, dándole peso y razón.