miércoles, 22 de abril de 2009

Las rosas

Entro en mi casa después de varios días -de largos días felices- de viajes y personas, paisajes nuevos. Sólo las rosas, en su bárbaro fulgor, tienen respuestas: se han abierto unas en pétalos pesados y carnales, otras apretadas en rojo son una copa de color y silencio. Silencio, color, bárbaro fulgor. Todo lo demás son las palabras, y no sirven.
Cuando las estaciones o los años,
cuando el viento, cuando -puede ocurrir-
se trate de tu vida y se disponga
un beso aún en el borde de tus labios,
ya residuo final, testimonial de otros
tiempos con no menos disposición que ésta,
acógete al espléndido otoño, a sus hacinas
de bárbaro fulgor -como decía Hopkins-
y apresta entonces tu deslustrado corazón:
la vida empieza ahora.
"Cuando las estaciones", María Victoria Atencia

Las rosas

domingo, 19 de abril de 2009

Pascua

Octava de Pascua. Después de una noche húmeda, una primera mañana de viento fuerte y un mediodía de luz poderosa, amarilla y líquida. Pasión, Muerte, Resurrección. Me vienen a la memoria:
el comienzo del crepúsculo en la Alcazaba, las calles de la ciudad del Paraíso inciendiadas de luz suave y mi cuerpo flotando, líquido, al notar con la piel que era ya el primer día, la primera tarde, de los días nuevos de luz. Había mudado la piel tras el claustro oscuro del invierno, y todo era ganancia,
la respuesta del doctor loco a sus pacientes: : si alguien que tuviese algún mal acudía a él, aquel hombre no le recetaba ningún medicamento sino que le despedía, no sin antes recomendarle trabajar mucho, una mejor alimentación de la que había tenido hasta entonces y abrir siempre de par en par las ventanas de su casa (A. Stifter, Der Waldsteig),
María Victoria Atencia, puesta en pie, con un hilo férreo de voz, diciendo: la perfección tiene vocación de desorden