Carmen Caminero
La encuentro ya anciana, pero aún enérgica. Las pupilas azules más pequeñas. Nos saludamos, unos minutos breves, llenos de emoción, de reconocimiento.
Al regresar a casa, siento el peso dulce de la nobleza, de la dignidad absoluta que ella aportó a nuestras vidas, allá, por el COU de hace más de veinte años. Sus palabras -solo he querido mostrar a mis alumnos todo lo noble de este mundo- siguen resonando en mi alma como un emblema moral, muy alto, que me ayuda a seguir y a dar las gracias, eternamente.
Quiero, Fabio, seguir a quien me llama / y callado pasar entre la gente. Andrés Fernández de Andrada