domingo, 19 de abril de 2009

Pascua

Octava de Pascua. Después de una noche húmeda, una primera mañana de viento fuerte y un mediodía de luz poderosa, amarilla y líquida. Pasión, Muerte, Resurrección. Me vienen a la memoria:
el comienzo del crepúsculo en la Alcazaba, las calles de la ciudad del Paraíso inciendiadas de luz suave y mi cuerpo flotando, líquido, al notar con la piel que era ya el primer día, la primera tarde, de los días nuevos de luz. Había mudado la piel tras el claustro oscuro del invierno, y todo era ganancia,
la respuesta del doctor loco a sus pacientes: : si alguien que tuviese algún mal acudía a él, aquel hombre no le recetaba ningún medicamento sino que le despedía, no sin antes recomendarle trabajar mucho, una mejor alimentación de la que había tenido hasta entonces y abrir siempre de par en par las ventanas de su casa (A. Stifter, Der Waldsteig),
María Victoria Atencia, puesta en pie, con un hilo férreo de voz, diciendo: la perfección tiene vocación de desorden

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