domingo, 6 de diciembre de 2009

Contra mundum

Su existencia, creo, no puede ser más normal: abuela, madre, esposa. Además, mujer viva y alta. No conozco su nombre, pero son ya muchas las veces que la he visto por las calles de la ciudad africana, con sus nietos, con amigas, sobre todo: sola. Sé que es la esposa de un médico ya jubilado, y como su enfermera solícita y correcta la encontré en una ocasión, bata blanca entre los nietos, en la casa-consulta. Ha sido también mi alumna en el aula de adultos de la Universidad. Así pues, al cruzarme con ella, me saluda.
Ver a una mujer como ella, jovencísima a pesar de la edad, frágil y fuerte al tiempo, delicada y enérgica, y pensar en su vida de durezas y alegrías. Es de la raza de las mujeres que mantienen en pie el mundo actuando y sonriendo, diciendo sí a la vida. Ese sí incondicional que dice su educación absoluta, natural, es el que me hace admirarla, incondicionalmente, cuando la veo afirmándose en las calle de mi ciudad.



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