domingo, 4 de octubre de 2009

Carlos y la madrugada

Marca la pantalla del teléfono móvil las seis y diez de la mañana. Su luz, como una candelilla, ilumina unos segundos la penumbra del cuarto. Luego no vuelve la oscuridad, porque ya el día está llamando a las puertas del alma. Y el alma, asombrada, siente que otra vez, para ella, se va a rasgar el velo de la noche. No comprende el alma ese impulso ciego, absoluto, que le hace esperar el alba inminente. El alma mía siente algo más allá de lo razonable, un amor puro al día que viene, y recuerda sus sentimientos de niño, cuando la vida era sagrada, inabarcable, misteriosa, bellísima. Otra vez vive el alma así.
Cuando mi hermano y Bea abran los ojos a muy primera hora de la mañana y a su lado Carlos duerma como un bendito sonriente, sentirán perpejlidad y lágrimas: nuestro hijo duerme un sueño de amor y bondad y a nosotros nos corresponde asistir su vida y verlo vivir. Y eso es, también, sagrado, trascendente, y está más allá de nuestra razón, es sólo Amor.

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