Lisboa
Dos horas de la ciudad : la primera mañana, el poder de la pureza, y la tarde vencida, en esos lentísimos atardeceres. Y nada más, porque la ciudad enseña a callar, a no pensar en nada, a meterse en esa luz imposible, marítima y celeste, nave de la vida. Nada más: mirar la luz, meterse en ella, comprender.
Há metafísica bastante em nāo pensar em nada.
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