Una vida. II
Excepto el reloj de oro y un medallón también de oro, todo era en ella devastación: su cuerpo y su alma. Algo la mantenía en pie: su hijo joven, deportista, inocente. Y en lugar de llorar, acariciaba la mejilla de su hijo, tan alto, tan joven, que iluminaba su devastación.
(25 de junio de 2010)
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