jueves, 23 de julio de 2009

Compasión

Charlar con desconocidos, ese placer. Recuerdo a la familia portuguesa con la que entablamos conversación en Chamartín, se disponían a viajar a Lisboa, camino de las Azores. Recuerdo al bombardino de la Legión, grande y bonachón, que me acompañó una tarde de primavera en el tren, recorriendo la serranía de Ronda. Recuerdo a una señora anciana, esquelética, que, mirando los dulces y pasteles expuestos en una confitería de Granada nos dijo, encantadora: "deberían estar prohibidos". Ayer mismo, en los vestuarios de la piscina, un desconocido amable, agotados los dos por el esfuerzo en el agua, hablando del placer de nadar y de la tranquilidad del cuerpo y del alma. Uno de los placeres de la vida, de los pequeños, de los que nos hacen sentir compasión por esta vida dura en la que andamos los hombres dando vueltas, sin encontrarnos.

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