domingo, 18 de febrero de 2007

Rostro

Siempre me ha roto el alma una forma de acariciar el rostro: la palma de la mano abierta recorre la mejilla desde el pómulo hasta la barbilla. La he visto en madres con sus hijos, en despedidas, en momentos de especial alegría, cuando no bastan las palabras, cuando no se puede decir nada. Es una forma de compasión total, es una oración muda: ese acariciar de esa manera -deteniéndonos en la mejilla, recorriéndola- a quien tenemos delante y sentir toda la fragilidad y toda la belleza de la vida en esa vida concreta que nos ha herido y a la que sólo podemos tocar, adorar.

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